Por Ulises Sanher
En las calles siempre se esconde una resistencia. Y en Los Ángeles, ciudad donde las culturas chocan y se entrelazan, Gothicumbia ha emergido como uno de los fenómenos contraculturales más auténticos de los últimos años. No es solo una fiesta: es un manifiesto sonoro y estético donde lo dark se encuentra con lo tropical, donde el vaquero chicano baila al lado de la goth con lágrimas pintadas, y donde la cumbia —ese pulso ancestral del continente— se tiñe de negro.
En espacios como Don Quixote, teatro y club ubicado en el Este de L.A., se está escribiendo una nueva página en la historia de la cultura alternativa latina. Organizado por el colectivo LosGothsCo, Gothicumbia ha tejido una comunidad que desafía las etiquetas de la música comercial. Aquí no hay nostalgia vacía ni remakes forzados: hay raíces que se retoman con orgullo y oscuridad reinterpretada con estilo y política.
Lo gótico como trinchera estética y política
Durante décadas, el goth fue considerado un universo ajeno a lo latino. Sin embargo, Gothicumbia demuestra que nuestras tradiciones también conocen de romanticismo oscuro, de penas antiguas y de una sensibilidad que dialoga con lo poético y lo decadente. Desde los boleros hasta las rancheras, el dolor y la resistencia han sido parte del repertorio emocional de América Latina. Esta escena recupera ese linaje y lo remezcla con las reverberaciones de Bauhaus, The Cure o Siouxsie, pero con sabor a cumbia, a barrio y a comunidad.
Más que una fusión, se trata de una evolución. La música no solo une géneros: repara grietas, construye lenguajes. En Gothicumbia, el beat industrial convive con las percusiones cumbieras; los sintetizadores oscuros coquetean con el güiro; y las letras hablan tanto del desamor como de la supervivencia identitaria. Todo esto forma parte de una narrativa mayor: la de una comunidad que no solo se viste de negro, sino que encuentra en lo dark un lugar para ser.
Una comunidad híbrida, orgullosamente no normativa
Lo más notable de Gothicumbia no es su cartel o su escenografía —que suele incluir desde luces púrpura hasta altares con estética dark—, sino el tipo de público que convoca. Jóvenes de distintas generaciones, herederos de múltiples culturas, portadores de símbolos contradictorios: rosarios y piercings, botas vaqueras y plataformas, labial negro y tejanas bordadas.
Esta estética híbrida no responde a una lógica de moda. Es una necesidad expresiva, un performance colectivo que grita: “aquí estamos”. En la pista de baile no hay jerarquías. Cada paso, cada gesto, cada prenda es una declaración de afecto y de disidencia. Es ahí donde lo gótico deja de ser marginal para volverse lengua franca de una comunidad que nunca encontró reflejo en los espejos del mainstream.
Lo alternativo como refugio y como protesta
Si algo ha caracterizado la historia del goth, es su potencia crítica. En L.A., Gothicumbia se ha convertido también en una plataforma de resistencia frente a la discriminación, el racismo, y la marginación de comunidades migrantes. Eventos como SexBeat o Lucha Goth Haus no solo celebran la estética dark, sino que recaudan fondos y visibilizan causas sociales. Lo dark aquí no es apolítico: es una herramienta de transformación.
Un nuevo canon desde el margen
En un mundo donde lo alternativo muchas veces se disuelve en lo consumible, Gothicumbia defiende lo colectivo, lo incómodo, lo radicalmente bello. Es una oda al gótico con sabor latinoamericano. Una declaración de que las subculturas no mueren, solo mutan. Y que, desde la pista de baile, los sintetizadores y las botas negras, puede brotar una revolución cultural.
Más información en: https://www.instagram.com/losgothsco