Rosalia Lux Review

Rosalia Lux Review

Por: Ulises Sanher

En un mundo donde lo mainstream suele dictar las reglas del juego, Rosalía vuelve a demostrar que ella escribe las suyas. Con «Lux», su cuarto álbum de estudio, la artista catalana redefine el concepto de lo que puede ser un disco pop global: un artefacto maximalista, espiritual, multilingüe y profundamente personal que se aparta de las fórmulas de éxito para apostar por la complejidad y el riesgo estético.

Lux no es un álbum fácil. No quiere serlo. Y eso es justamente lo que lo hace brillante.

Movimiento I: Desgarro

“Sexo, Violencia y Llantas” abre el disco con un minimalismo instrumental que engaña: un piano sostenido y un coro que invoca lo celestial. Rosalía declara: “Primero amaré el mundo y luego amaré a Dios”, instaurando la tensión entre lo divino y lo carnal que guiará todo el álbum.

“Reliquia” utiliza un mapa sentimental para trazar su biografía emocional: “Perdí mi lengua en París, mi tiempo en LA, la sonrisa en UK…”. Las cuerdas dialogan con glitch electrónico, anticipando un caos controlado.

“Divinize” mezcla catalán e inglés sobre una percusión que remite al pulso del corazón. Es una reafirmación de vida: “Yo sigo viva, más viva que nunca”.

“Porcelana” es una pieza monumental: canta en latín, japonés e inglés, con la aparición de una voz masculina enigmática (¿Frank Ocean?). El flamenco retorna sutilmente, como un ADN que nunca desaparece.

“Mio Cristo”, en italiano, bordea el amor divino y el profano con frases como “Mi cristo llora diamantes”. ¿Es Dios o un amante revestido de sacralidad urbana?

Movimiento II: Eco

“Berghain”, primer sencillo, es una ópera rave donde se cruzan cuerdas dramáticas, la voz operística de Rosalía en alemán, y los cameos de Björk, que susurra sobre intervención divina, y Yves Tumor, que repite un mantra salvaje: “I’ll fuck you till you love me”. El resultado es apoteósico: una batalla entre lo sagrado y lo visceral.

“La Perla” es una carta de rencor elegante. Acompañada por Yahritza y Su Esencia, mezcla despecho y ternura: “terrorista emocional”, “gold medal in being a motherfucker”. La música es un vals con veneno.

“Mundo Nuevo” invoca el fado con guitarras que acarician la herida. Se intuye la presencia de Carminho, añadiendo melancolía portuguesa.

“De Madrugá” retoma un tema inédito de la época de El Mal Querer, ahora adornado con un beat electrónico y versos en ucraniano. Flamenco y glitch en simbiosis.

Movimiento III: Elevación

“La Yugular” comienza como una balada de amor y se transforma en una meditación sobre la inmensidad. La orquesta crece junto con el vértigo lírico.

“Sauvignon Blanc” es la joya romántica del álbum. Rosalía canta sobre renunciar a lujos absurdos por amor (Jimmy Choo, Rolls Royce), y lo hace sin cursilería.

“Jeanne” es mística pura: cuerdas en espiral y vocales sin palabras que evocan una plegaria laica.

“Focu ‘Ranni”, exclusivo de la edición física, abre con un sample acelerado y se lanza a una tormenta barroca.

“Dios Es Un Stalker” balancea piano intimista con estallidos corales, retratando a un Dios obsesivo, amante celoso o ambos.

“Novia Robot” comienza como una parodia futurista con estética de infomercial y termina con una frase icónica: “Me pongo guapa para Dios, nunca pa ti ni pa nadie”. Un acto de autonomía radical.

Movimiento IV: Expansión

“La Rumba del Perdón” es una de las pocas concesiones rítmicas al universo latino. Coescrita con El Guincho, cuenta con la colaboración de Estrella Morente y Sílvia Pérez Cruz. El resultado: una rumba que habla de perdón sin redención.

“Memoria”, junto a Carminho, es una elegía electrónica que explora la fragilidad del recuerdo con voces que flotan en loop.

“Magnolias”, el cierre, es un testamento. Con una guitarra que evoca a Camarón y un sample de la voz de su abuela, Rosalía se despide con una oración pagana: “Y yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo para volver con ellas”.

Las colaboraciones: un panteón sonoro

Rosalía ha reunido en Lux un elenco de colaboraciones que funciona como un panteón espiritual y musical. Björk aporta el aura mitológica y la transgresión sonora. Yves Tumor representa el deseo crudo y el caos. Yahritza, Carminho, Morente, Pérez Cruz y hasta la misteriosa voz de Frank Ocean (supuesta en “Porcelana”) actúan como reflejos de las múltiples feminidades que atraviesan este disco. Cada voz complementa la de Rosalía sin eclipsarla, construyendo un mosaico que trasciende géneros, idiomas y geografías.

Lo estético

El concepto visual de Lux es tan ambicioso como su sonido. Rosalía se presenta como una figura sagrada: aureola, anillos papales, un Nissan Skyline blanco como papamóvil. La religión como marco estético y narrativo, pero también como performance de poder femenino. La portada, los visuales en Substack, la estrategia de calle: todo forma parte de un discurso que reconfigura el pop como rito y la artista como deidad.

Lux no busca agradar: exige. Es una obra densa, recargada, desbordante de referencias y ambiciones. Pero también es profundamente personal. En un mundo de canciones pensadas para scroll, Rosalía decide hacer un disco para detenerse, escuchar, leer, y sentir. El resultado es un hito en su carrera, y posiblemente en la música pop de esta década.

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