Por Equal Media
El 22 de julio de 2025, el mundo se despidió de una figura irrepetible: Ozzy Osbourne, el hombre que convirtió el caos en arte, la oscuridad en cultura y el metal en religión global. A los 76 años, tras una larga lucha con el Parkinson y otras dolencias, murió rodeado de su familia. Pero su adiós ya había comenzado semanas antes, en Villa Park, Birmingham, donde se realizó su último concierto con Black Sabbath —un gesto que, visto en retrospectiva, fue una despedida cuidadosamente orquestada por quien sabía que el final estaba cerca.
Un legado más grande que el metal
Ozzy fue más que el líder de Black Sabbath: fue el alma de una revolución sónica. Vendió más de 100 millones de discos, protagonizó una de las primeras series reality que definieron los 2000 (The Osbournes, MTV, 2002) y logró mantenerse vigente por más de cinco décadas. Desde Paranoid hasta No More Tears, su discografía está plagada de himnos que definieron generaciones enteras de outsiders.
Fue pionero del shock rock y símbolo de rebeldía, pero también un narrador emocional: su música hablaba de adicciones, redención y monstruos internos con una honestidad brutal. Lo oscuro, para Ozzy, no era una pose: era una forma de sobrevivir.
El concierto final: “Back to the Beginning”
El 5 de julio de 2025, en su natal Birmingham, frente a más de 40 000 personas y millones conectados online, Ozzy ofreció su última función. El show se tituló Back to the Beginning —regreso al origen—, y todo en él tenía un aire ceremonial: un repaso por sus canciones más emblemáticas, invitados como Metallica y Steven Tyler, y un Ozzy visiblemente frágil, pero entregado con una fuerza casi mística. “Gracias por dejarme ser Ozzy”, dijo al cerrar con “Iron Man”. Esa noche, el metal lloró en silencio.
Ozzy y América Latina: una relación intensa y real
Su vínculo con Latinoamérica fue profundo, aunque poco documentado. Ozzy visitó Brasil y Argentina múltiples veces con Black Sabbath y como solista. Su presentación en Rock in Rio 1985 junto a Queen y AC/DC marcó un antes y un después en la cultura del metal en el continente. En Chile, Perú y México, su figura fue clave para masificar el metal, en emisoras independientes, fanzines y hasta tatuajes callejeros.
En 2015 anunció Ozzfiesta, un festival de cinco días en Riviera Maya, México, con golf, conciertos y meet & greets. Aunque el evento fue cancelado por problemas médicos, la intención era clara: Ozzy entendía y valoraba el fervor latino.
Su música fue traducida, sampleada y adaptada por bandas urbanas y de metal alternativo en español. Su imagen adornó camisetas en Tepito y Recife, en Medellín y en Valparaíso. Su influencia cruzó barreras: en los versos, en las estéticas, en los gritos.
Curiosidades que confirman su leyenda
- En 1982, Ozzy mordió un murciélago real en un concierto, creyendo que era de utilería. Fue vacunado de inmediato contra la rabia.
- Vivió una época de adicción tan intensa que, según él, “ni recuerda haber grabado el álbum Blizzard of Ozz”, su debut solista.
- Fue vetado de San Antonio, Texas, por más de una década, tras orinar en el Álamo vestido de mujer. Luego pidió perdón público.
- Su nombre real era John Michael Osbourne, pero “Ozzy” fue un apodo de escuela que adoptó para siempre.
- Su reality The Osbournes ganó un Emmy y redefinió cómo los músicos se relacionaban con la TV.
Ozzy: voz de lo impuro, guía de los perdidos
En cada escenario que pisó, Ozzy habló por los que no tenían voz. Por los raros, los ansiosos, los tristes, los que encontraron en un solo de guitarra una forma de gritar sin palabras. Su legado no se mide en ventas ni premios, sino en cómo nos enseñó que el ruido también puede sanar.
Desde Birmingham hasta Buenos Aires, desde la MTV hasta el Zócalo, Ozzy fue —y será— una brújula cultural. No se fue: se volvió eterno.