Por Equal Media
Hay obras que entretienen. Otras que incomodan. Y hay unas pocas que hacen lo que debería hacer el arte siempre: recordarnos quiénes fuimos, quiénes somos, y qué historias no pueden seguir en silencio.
Mexodus no llega a Broadway con escenografías espectaculares ni promesas de taquilla. Llega como una bala de memoria, envuelta en beats y versos. Llega desde la garganta afrolatina de dos artistas que entendieron que el hip hop no es solo género: es archivo, es grieta, es documento vivo.
Brian Quijada y Nygel D. Robinson no crearon un musical tradicional. Crearon un ritual escénico que mezcla el dolor, la fuga, la esperanza. Dos cuerpos en escena, armados solo con instrumentos, voces y una historia que el sistema educativo prefirió enterrar: la de miles de afroamericanos esclavizados que huyeron hacia México, cuando ese país ya había abolido la esclavitud y Estados Unidos no.
La historia que nadie nos contó
Hasta hace poco, incluso para muchos latinos, el término “ferrocarril subterráneo” significaba solo una ruta hacia el norte. Pero lo que Mexodus pone sobre la mesa —o más bien sobre el escenario— es que la libertad también se buscó hacia el sur, hacia un México que fue refugio antes que frontera.
El musical, que estrena en el Audible Minetta Lane Theatre el 9 de septiembre, no busca aleccionar. Busca despertar. Cada verso, cada nota, cada loop creado en vivo, es un testimonio que rompe con la narrativa de un pasado uniforme y nos obliga a revisar el lugar que ocupamos en esa historia.


Sonido como herramienta de resistencia
Quijada y Robinson no solo escriben y actúan. Son una banda en vivo. Una máquina de memoria y groove. En escena, usan live-looping para construir capas sonoras con beatboxing, piano, voces, y ritmos que viajan entre el gospel, el reguetón, el bolero y el hip hop. No hay tracks pregrabados: todo se crea ahí, frente a tus ojos, frente a tus oídos, frente a tu silencio.
No estás viendo teatro. Estás asistiendo a una especie de ceremonia, donde las canciones son gritos heredados y la música funciona como archivo emocional.
Cuando México fue utopía
Uno de los momentos más poderosos de la obra es cuando, sin dramatismo ni lágrimas fáciles, el texto te recuerda que México representó una esperanza real para personas negras que no eran consideradas humanas al otro lado del río.
Sí, ese mismo país que hoy es pintado como peligroso, caótico, migrante. Esa misma frontera que hoy divide, fue entonces puente. Y Mexodus se encarga de que no lo olvidemos.


Un musical que educa sin sermón
Hay algo profundamente generoso en Mexodus: no exige que lo sepas todo antes de entrar, pero tampoco te deja salir igual. Su fuerza no está en el dato histórico, sino en la manera en que ese dato se te pega en la piel a través de la música.
No hay villanos caricaturescos ni héroes moralistas. Hay seres humanos. Con miedo, con duda, con canciones. Y con una voluntad feroz de no desaparecer de la memoria colectiva.
Una apuesta política (sí, lo es)
Si algo deja claro esta obra, es que la cultura también es una forma de activismo. No de panfleto, sino de presencia. De existencia. De hablar desde la herida y convertir esa herida en coro.
Mexodus es, sin duda, uno de los actos más contundentes de teatro afrolatino en la escena contemporánea. Y en un momento donde las narrativas negras y latinas suelen caminar por separado, este musical crea una trinchera común: la de la dignidad contada en clave de ritmo.